Palestina está dividida en cuatro partes: Idumea, Judea, Samaria y Galilea. Al otro lado del río Jordán, en la parte que limita con Siria, se encuentra la OErea, que según algunos también es parte de Palestina. En conjunto es tierra farragosa y mezquina. No así la Galilea, donde la naturaleza se muestra más amable: el terreno es menos accidentado, no escasea el agua y las montañas cierran el paso al viento abrasador que hace estéril y triste la vecina región. Aquí crecen olivos, higueras y viñas y en los lugares habitados se ven huertos y jardines. Entre la población predominan los judíos, pero al ser tierra no faltan fenícios, árabes e incluso griegos. Su presencia, según Apido Pulcro, hace la vida soportable, porque no hay peor gente en el mundo que los judíos. Anque su cultura es antigua y el país se encuentra en medio de grandes civilizaciones, los judíos siempre han vivido de espaldas a sus vecinos, hacia los que profesan una abierta inquina y a quienes atacarían de inmediato si estuvieran en franca inferioridad de condiciones. Rudos, fieros, desconfiados, cerrados a la lógica, refractarios a cualquier influencia, andan enzarzados en perpétua guerra, unas veces contra enemigos externos, otras entre sí y siempre contra Roma, pues, a diferencia de los demás provincias y reinos del Imperio, se niegan a acepatar la dominación romana y rechazan los beneficios que ésta comporta, a saber, la paz, la prosperidad, y la justicia. Y esto no por un sentimiento indomable de independencia como ocurre con los bretones y otros bárbaros, sino por motivos estrictamente religiosos.
Por extraño y cicatero que parezca, los judíos creen en un solo dios, al que ellos llaman Yavhé. Antiguamente creían que este dios era superior a los deioses de otros pueblos, por lo que se lanzaban a las empresas militares más disparatadas, convencidos de que la protección de su divinidad les daría siempre la victoria. De ese modo sufrieron cautriverio en Egipto y en Babilonia en repetidas ocasiones. Si estuvieran en su sano juicio, comprenderían la inutilidad del empeño y el error en que se funda, pero lejos de ello, han llegado al convencimiento de que su dios no sólo es el mejor, sino el único que existe. Como tal, no ha de imponer a ningún otro dios ni su fuerza ni su razón y, en consecuencia, obra según su capricho o, como dicen los judíos, según su sentido de la juesticia, que es implacable con quienes creen en él, le adoran y le sirven, y muy laxo con quienes ignoran o niegan su existencia, le atacan y se buerlan de él en sus barbas. Cada vez que la suerte les es contraria, o sea, siempre, los judíos aducen que es Yavhé el que les ha castigado, bien por su impiedad, bien por haber infringido las leyes que él les dio. Estas leyes, en su origen, eran pocas y consuetudinarias: no matar, no robar, etcétera. Pero andando el tiempo, a su dios le entró una verdadera manía legislativa y en la actualidad el cuerpo jurídico constituye un galimatías tan inextricable y minucioso que es imposible no incurrir en falta contínuamente. Debido a esto, los judíos andan siempre arrepintiéndose por lo que han hecho y por lo que harán, sin que esta actitud los haga menos irreflexivos a la hora de actuar, ni más honrrados, ni menos contradictorios que el resto de los mortales. Sí son, comprarados con otras gentes, más morigerados en sus costumbres. Rechazan muchos alimentos, reprueban el abuso del vino y las sustancias tóxicas y, por raro que suene, no son proclives a darse por culo, ni siquiera entre amigos. [...]
Extraído de: Eduardo Mendoza. El asombroso viaje de Pomponio Flato. Barcelona. Seix Barral, 2008
SKUNK D.F. - En nombre de dios de su disco "dentro"