lunes, 15 de octubre de 2007

El anarquista que fusilo a 45 beatos


PUBLICADO EN EL SUPLEMENTO DOMINICAL DE EL MUNDO 14-10-07


¿Queremos Memoria Histórica? Esta es la historia de Josep Sierra, el militante de la CNT-FAI que fusiló a los 45 maristas que serán beatificados el 28 de octubre junto con otros 453 religiosos. Los detalles de la vida del pistolero, conocidos ahora, resultan escalofriantes. Murió en 1974 en un confortable piso de Londres.

«Recuerdo que uno de estos detenidos, antes de morir, nos dijo que no sabía por qué le matábamos. Pero le hicimos callar porque nuestro trabajo era matar y el suyo, morir».

El pistolero anarquista acabó confesándose de sus crímenes, cometidos en los primeros días de la Guerra Civil, a lápiz y con ortografía de analfabeto en un diario de 58 páginas numeradas. No pudo elegir Josep Serra envoltorio más adecuado para lo que pensaba verter en aquellas cuartillas. El bloc, de tapas oscuras, tenía incrustada en la portada una imagen de la Barcelona de los años 30, con el puerto en primer plano y la montaña de Monjuit alineada al fondo.

La estampa, en blanco y negro, no debía de diferir mucho del aspecto que mostraba el embarcadero al anochecer del 7 de octubre de 1936. Mirándola, quizás Josep Serra evocara los rostros de los 45 frailes maristas a los que él acabó ametrallando con un puñado de camaradas en las inmediaciones del cementerio de Montcada y cuyo paseíllo hacia la muerte se inició precisamente en un barco atracado en aquel muelle que preside sus trascendentes memorias.


Carnet del pistolero anarquista, con una foto que guarda un parecido curioso con Franco en su juventud. Cuando no apretaba el gatillo, conducía el camión que recogía a las víctimas.




Desde luego si Serra recordaba a sus víctimas no era con congoja, tormento o arrepentimiento a juzgar por el escaso rubor con el que transcribió el final de los religiosos: «Sacamos al grupo de frailes de los calabozos de la primera galería y algún otro para transportarlos en vehículos al cementerio de Montcada. Cuando llegamos les hicimos bajar de los vehículos y caminar hasta las paredes del cementerio y les obligamos a ponerse de cara a la pared para ejecutarlos», escribió.

La voz del asesino se escucha por primera vez esta semana -recogida en Diario de un pistolero anarquista, de Miquel Mir, editorial Destino- justo cuando se ultiman los preparativos para la beatificación de los 45 maristas fusilados, elevados a los altares el próximo 28 de octubre con otros 453 mártires españoles víctimas de la Guerra Civil. Entre los alineados en los muros del camposanto de Montcada estaban el hermano Vulfrano, 17 años cuando lo enfiló el pelotón de Serra; Miguel Ireneo, de 28, el intelectual del grupo; Lino Fernando, experto en cuidados médicos; y Porfirio, y Prisciliano, y Salvio...

Los crímenes que Josep Serra cometió bajo el manto de las siglas de la FAI -la Federación Anarquista Ibérica, creada en 1927, donde ingresaron los elementos más radicales de la CNT- salen a la luz coincidiendo también con los últimos retoques del Gobierno a la Ley de Memoria Histórica, llamada a abrir fosas para cerrar heridas. Y el diario, empolvado durante años, donde se justifican las tropelías anarquistas como peaje necesario de la revolución obrera, es una muestra palpable de que las llagas que aún suturan no son patrimonio de un sólo bando. «En las FAI estábamos decididos a hacer correr la pólvora para hacer caer la sociedad de los ricos», dejó escrito Serra.

El caso de los 45 hermanos maristas es especialmente sangrante por la trampa que los anarquistas de la FAI les tendieron antes de matarlos. Con la falsa promesa de un visado conjunto a Francia, lograron que salieran de sus refugios y los reunieron en el puerto de Barcelona antes de darles pasaporte al paredón.

Josep Serra -ese era el nombre de guerra, el que usaba en la clandestinidad, aunque problablemente nació con el de Carles- lo recoge con detalle en su dietario. «Recuerdo que era un día de mucho calor cuando llegaron los autobuses con más de 100 frailes maristas, unos 30 patrulleros les esperábamos armados con fusiles de los que llamábamos naranjeros. E hicimos bajar a los frailes de los dos autobuses, en medio de una confusión ya que con tantos frailes, los patrulleros les gritábamos "manos arriba y a caminar en fila de tres" y en grupos les obligamos a subir al patio interior del centro en donde los patrulleros les atamos las manos y los hicimos poner uno al lado del otro de pie».

Era el 8 de octubre de 1936 y el pistolero anarquista, 43 años entonces, tenía enconmendado el puesto de conductor de uno de los camiones de las patrullas de control, la policía miliciana que la FAI articuló y con la que logró hacerse con el control del orden público de toda la ciudad de Barcelona. Las patrullas tenían carta blanca para practicar registros, detenciones y confiscaciones de cualquier sospechoso de comulgar con el levantamiento militar.

La de Josep Serra recibía órdenes de Manuel Escorza -lastrado por una poliomelitis infantil hubo quien lo describió como «un tullido de cuerpo y de alma»- y tenía su cuartel general en el convento de San Elías, expropiado por los anarquistas a las monjas clarisas. Fue allí donde encerraron a los maristas. «A primera hora de la tarde», continúa Serra el relato, «llegaron al centro de detención Aurelio Fernández, Antonio Ordaz y Dionisio Elores, que eran los cabecillas de las patrullas de control, que nos saludaban a los patrulleros para felicitarnos por la caza de frailes que habíamos hecho y que ya nos divertiríamos luego cazando a estos conejillos afinando bien la puntería y a los frailes les dijeron que los anarquistas no se venden por dinero y nadie se burla de la CNT-FAI».

El dinero al que se refiere las memorias era un anzuelo que los encargados de las patrullas enseñaron a los maristas y que éstos acabaron mordiendo. Los responsables de la orden religiosa habían acordado con la cúpula de la FAI el pago de 200.000 francos a cambio de que los anarquistas facilitaran la huida a Francia, en barco, de unos 200 de sus frailes.

No sin recelo, los maristas confiaron en el cumplimiento de lo pactado y abandonaron los sótanos y desvanes en los que se ocultaban para presentarse, la tarde del 7 de octubre, al embarque en la nave Cabo San Agustín. La mitad nunca pisó suelo francés. La última fotografía que muchos contemplaron en libertad fue la que preside el diario de Serra, el puerto de Barcelona: «Estos frailes maristas pagaron 200.000 francos franceses pero sólo consiguieron salir a Francia un centenar de frailes. Los otros cien que tenían que salir con un barco desde el puerto de la Barceloneta, al final los llevaron en dos autobuses a nuestro centro de detención en San Elías».

Los carceleros que los recibieron allí disiparon la esperanza, si alguno entonces todavía la albergaba, de salir con vida. «Estos son los cuervos negros que querían escaparse en barco a Francia para ir a difundir el opio religioso y ahora los tenemos enjaulados, algún día comeremos salchichón o filete de fraile». Las palabras las recoge Mariano Santamaría, el postulador que ha documentado el martirio de los maristas para el Vaticano y a quien Diario de un pistolero anarquista le ha servido de enorme ayuda.



FIESTUKI PUENTE PILAR

Os envío una foto de la fiestuki q hemos montao
en una casa rural este puente del pilar
oe oe oe oe
a ver si nos reconocéis a alguno







Volando voy, volando vengo