Hace mucho que se fueron Zidane, Beckham y Ronaldo, pero el Bernabéu pudo ver ayer a otro galáctico, éste llegado de Nueva Jersey. Unos 50.000 seguidores disfrutaron de un concierto en el que Bruce Springsteen, como siempre que viene a Madrid, tuvo la delicadeza de dirigirse a su público en castellano.
El Boss y los suyos saltaron, brincaron y se acercaron a la gente, mientras conectaban una canción con otra. Ayer, Bruce exhibió su gran poderío vocal, esa exquisitez instrumental que hace que su banda sea una máquina de precisión y, sobre todo, la sensación de que, pese a sus 59 años, sigue siendo inagotable cuando se sube a un escenario.
La cosa había empezado antes. A eso de las seis de la tarde, los alrededores del estadio Santiago Bernabéu comenzaban a registrar la afluencia de un público entregado a Bruce Springsteen. La diferencia con otras citas era que, quizá por la crisis, apenas se veían camisetas del ídolo. Es más, las pocas que había no pertenecían a la gira de 2008, sino a otras muy anteriores.
La edad media de los asistentes excedía casi siempre de los 30 años. Otra curiosa circunstancia es que las epidermis de la mayor parte de los espectadores continuaban todavía en el blanco-verdoso propio de la temporada invernal; es decir, que casi nadie ha pisado la playa todavía.
Los bares de las calles adyacentes al estadio del Real Madrid iban registrando, a medida que el calor plomizo se hacía con el ambiente, un auténtico aluvión de sedientos, muchos de los cuales exhibían bocadillos envueltos en papel de plata, lo que significa que se los traían de casa. Otro símbolo de la crisis.
En un concierto de Bruce Springsteen en España la cuestión no es si le has visto o no, sino cuántas veces has ido a escucharle. Mónica y Juan, excitados con la idea de volver a oír los temas de su artista favorito, confesaban que "por lo menos tres". Mirentxu, de Pamplona, admitía no faltar a ninguna de las visitas, desplazándose a donde fuera necesario para no perderse al Boss. Incluso César, de edad superior a los 50 años y aspecto de cualquier cosa menos de roquero, decía orgulloso haber ido incluso a la primera cita, aquella mítica de Barcelona.El acceso al estadio fue realizándose con normalidad, y cada uno fue ocupando su localidad. Las entradas para el concierto costaban 56, 66 y 71 euros. Por cierto, algunas de las que se ofrecían por Internet decían que eran de gran visibilidad lateral. Eso significaba que, con suerte, se podía ver el lateral del escenario. Un precio demasiado caro para tener luego visibilidad cero.
Por fin, con media hora de retraso sobre el horario previsto, Bruce Springsteen salió a escena, junto a la E Street Band, en mitad de un torbellino de sonido que fue mejorando según avanzaba la actuación. El eco del público fue, como puede comprenderse, un auténtico rugido, y juntos iniciaron un largo recorrido por los grandes éxitos de un cantante que es todo corazón y que simboliza la América con esperanza.
Como siempre, fue una lista imprevisible, de la cual es imposible saberse todos los títulos, pero en la que era difícil no quedar cegado por el brillo de composiciones como The River, Promise Land o Livin' in the Future, tema con el que Springsteen quiso referirse a la actual situación de recorte de libertades civiles que, según él, vive su país natal. En otro momento, cuando cantó Dancing in the Dark, sacó a dos niños al escenario
El Jefe, como acostumbra, terminó más tarde del horario previsto, desgranando sus canciones ante una audiencia que no paraba de disfrutar con lo que veía y escuchaba. Fue, otra vez, el efecto Bruce que se produce siempre que visita Madrid.